En esta América nuestra, la crónica ha sido tan importante, o más, que la literatura para narrar las paradojas, absurdos y quimeras de este continente inacabado. Ha hecho los grandes registros de las guerras, las internas, las transnacionales, que han sido uno de los signos de estas tierras, que se empatan unas con otras, se solapan, se inician y terminan casi de modo imperceptible o no terminan. Aun así, la mayor guerra, nuestra gran guerra, es la cotidiana, la que se reedita cada día al salir el sol y se perpetúa con el rebusque, con la sorprendente capacidad de supervivencia; una guerra multitudinaria y sin tregua. La crónica ha exaltado en América Latina nuestra enorme vocación de supervivientes.